lunes, 30 de mayo de 2011

mas sobre Pedro Beltran


EN CONSTRUCCIÓN

ASÍ ERA DON PEDRO. Testimonio Personal.

Sería una osadía decir que fui su amigo, pero sí puedo afirmar que lo conocí de cerca y lo respeté como a mi propio padre.
Se llamaba Pedro Gerardo Beltrán Espantoso, pero todos le decíamos Don Pedro, así a secas, y cuando pasaba a nuestro lado, con su figura enjuta y su caminar pausado, nos hacíamos a un costado con respeto porque no solo pasaba el jefe, sino todo un caballero.
Para un redactor era muy difícil hablar con Don Pedro; es más, no era necesario, pues en lo periodístico todo se discutía con el Director de Informaciones o los editores generales, y en lo económico con el supremo tesorero, el doctor Alfredo Allende, a quien lo conocíamos como El Doctor No, porque cada petición de adelanto o aumento de sueldo o de cualquier beneficio era zanjado impajaritablemente con un escueto No.
En LA PRENSA todo estaba organizado, muy bien organizado. Y si había cosas que no funcionaban, se las hacía funcionar: el archivo, los teléfonos internos, la provisión de los diarios, el sistema interno de conserjería, la limpieza, los talleres, la sala de teletipos, el servicio de larga distancia LD13 que nos conectaba con las provincias, en un tiempo en que no había discado directo y había que gritar para hacerse oír en el otro lado.
Todos sabíamos que por encima de esta limpia organización estaba Don Pedro, a quien aunque raras veces se le veía por los pasillos, lo sabíamos omnipresente.
Mucho se discutía entonces de sus opciones políticas conservadoras, e incluso al interior del diario se gestaba un sindicato izquierdista. Pero a decir verdad, jamás en LA PRENSA observé un proselitismo político, una exigencia de alinearse con las ideas del Director como ha sucedido y sucede en otros medios. En mi caso, yo me hice beltranista por convicción, y no siguiendo sus ideales políticos, que no eran los míos, sino sus ideas renovadoras en el terreno de la información.
Puedo decir que tuve dos grandes ocasiones se trabajar muy de cerca con él. La primera fue cuando el entonces Alcalde de Lima Eduardo Dibós Chappuis, Chachi Dibós, decidió abrir la avenida de la Emancipación ampliando la entonces estrecha calle Arequipa, para lo cual tuvo que echarse abajo la casa de Beltrán.
Esta casona, de corte republicano, estaba ubicada en la calle Velaochaga, esquina con Arequipa, frente a la Iglesia de San Marcelo. Las otras dos esquinas de ese quieto ambiente urbano de la Lima de entonces lo formaban la plazoleta de San Marcelo en que se había colocado la estatua en honor de la señora María Laos de Miró Quesada, y un local comercial mezcla de panadería y bodega de abarrotes, en el cual también a la usanza antigua se despachaban copetines al paso.
Era una bella esquina, un rincón señorial hacía el cual daban los balcones republicanos de cajonería de la casa de Beltrán. Cruzando el portón de Velaochaga se ingresaba a un jardín interior donde el verdor de los helechos destacaba. Había salones de fino decorado, con muebles de época.
Fue una larga batalla que Beltrán perdió en aras del progreso de la urbe. Chachi Dibós fue inflexible, se consumó la expropiación y la casona fue demolida.
Días antes que esto ocurriera, Beltrán pidió que se hiciera una descripción de la casa a publicarse en LA PRENSA. Pablo Truel, Editor de Día del diario, mi paisano y maestro, me comisionó esa tarea, que cumplí lo mejor que pude, teniendo en mente lo que significaba para Don Pedro. Uno de estos días iré a la Biblioteca Nacional a rescatar esta y otras notas que considero imprescindibles en un libro que estoy escribiendo sobre LA PRENSA.
La segunda ocasión en que tuve que tratar directamente con Don Pedro fue bajo el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
El dictador tenía por costumbre brindar una conferencia de prensa luego de cada Consejo de Ministros, generalmente los miércoles. Los diarios aún no habían sido intervenidos, excepto Expreso al cual se le había impuesto una seudo-cooperativa.
La transcripción de las declaraciones de Velasco era de publicación obligatoria en todos los medios, y nadie, salvo Beltrán, se negó a publicar la versión depurada de la poderosa OCI Oficina Central de Información de Palacio de Gobierno, que estaba a cargo de Augusto Zimmermann Zavala.
LA PRENSA, por mandato de Beltrán, no aceptó jamás la versión de la OCI sino que en todo momento publicó su propia versión de cómo se había llevado a cabo la conferencia de prensa de Velasco, con su propia forma de expresarse, con sus giros expresivos y sus reacciones. Esa versión era escrita por mí, que era el Redactor Principal de LA PRENSA asignado a Palacio de Gobierno desde 1969.
Yo nunca he confiado demasiado en la grabadora, por lo cual sólo tomaba nota de las declaraciones, en las clásicas carillas dobladas en cuatro. Con una especie de taquigrafía personal anotaba simultáneamente la forma de expresarse de Velasco, que describía entre paréntesis en el extenso relato, que muchas veces abarcaba hasta dos páginas completas de LA PRENSA en su formato standard.
Generalmente la conferencia de prensa terminaba entre dos y tres de la tarde, luego de lo cual me dirigía al diario. Allí me esperaban en la sala de la dirección, el Director de Informaciones, los editores generales y los editorialistas, y en ocasiones el propio Beltrán, quien de entrada me pedía que levantara la noticia, es decir que hiciera un resumen de los temas tratados en esa ocasión por Velasco.
Cuando se interesaba en un tema en particular, Beltrán me pedía detalles, los cuales yo le reseñaba escrupulosamente, con una exactitud propia de cirujano, a sabiendas que no podía pecar de inexacto.
Aunque no me direccionaba, Beltrán y los editores me indicaban qué partes de las declaraciones debían ser destacadas en el lead principal que se redactaba para la primera página, y qué otras merecían un recuadro o comentario independiente.
Al día siguiente LA PRENSA siempre causaba polvoreda, pues la OCI, en su afán de hacer quedar bien a Velasco, pulía en demasía sus expresiones e ignoraba sus reacciones, lo cual no hacía LA PRENSA. Nuestra versión, nuestro relato de la conferencia, difería de la forma documental y acartonada de la versión oficial que publicaban El Comercio, La Crónica y los demás diarios de la época.
Zimmermann muchas veces me recriminaba amablemente debo decirlo en honor a la verdad, pero tampoco me pidió aceptar la versión oficial-. El propio Velasco incluso alguna vez me preguntó si yo era el pendejo que escribía en LA PRENSA que invitaba tragos de pisco Demonio de los Andes entre respuesta y respuesta. Claro que también lo decía jocundo y cachoso, pues creo que realmente nos estimaba a los periodistas que lo acompañábamos en sus giras por todo el país, y que dábamos cuenta de monstruosas manifestaciones en que el pueblo lo aclamaba, como sucedió, por ejemplo, en la pampa de Anta, en el Cusco; o en Puno, o en Iquitos. Pero este es otro cuento que pienso tratar al hablar en otra página web de los personas históricos que alguna vez me tocó entrevistar: Haya, Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Fernando Belaunde Terry, Hugo Blanco joven, Fernando León de Vivero, en fin, mucha gente que recuerdo con afecto.
Volviendo a Beltrán debo señalar que empresarialmente hablando siempre fue la última instancia en la cadena de mando, y que cuando había necesidad de una solución que el Doctor No había agotado, Beltrán siempre entendía y autorizaba un préstamo, un adelanto de emergencia, aunque no de su propio peculio porque, aunque parezca increíble, con sus redactores Don Pedro la pegaba de misio.
Se cuenta que en cierta ocasión acudió a pedirle autorizar un préstamo el recordado chino Miguel Yi Carrillo, y que Beltrán le reflexionaba con su cascada voz:
- Oiga Miguelito. Todo el mundo cree que yo tengo plata, pero mire mi terno, es el único que me acompaña desde hace años, y mire los puños de mi camisa, gastaditos, así están de viejos, y mire mi corbata, que no cambio de años...
- Basta, basta Don Pedro dicen que le replicó Yi Carrillo-. No siga, no siga, porque yo soy el que voy a terminar prestándole plata.
Guillermo Thorndike Losada, periodista y escritor, incluyó en su libro Los Prodigiosos Años 60s dos notas sobre Beltrán. Con su virtual permiso, para completar este perfil de este gran Director de LA PRENSA, he incluido la transcripción de ambas, con sus títulos originales: Beltrán, El Señor de los Mil Agros y Revolución en el Diario LA PRENSA.
Muchos podrán tener perfiles y recuerdos distintos de Don Pedro. Pero todos coincidirán seguramente que fue un gran hombre, un innovador, que dejó bien escrito su nombre en la historia del periodismo peruano.




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